Llegué temprano a la subasta, ese es uno de los días que jamás voy a olvidar. Fue en Armenia, que está a tan solo doce kilómetros de Circasia. Circasia, ese nombre siempre me llamó la atención. Su origen no es indígena, tampoco es español. De niño supe que su origen estaba en Rusia: Circasia, el nombre de una región al norte del sistema montañoso del Cáucaso, entre el Mar Caspio y el Mar Negro. Tierras de los circasianos: musulmanes que luego serían conquistados por los rusos. La guerra costó tres millones y medio de vidas. Ese fue el nombre que los colonos antioqueños, a finales del siglo XIX, decidieron para las tierras compradas a Isidoro Henao y Rafael Marín.
En Circasia nací y crecí. Mi papá era caficultor, así como su padre y el padre de este. Ya soy la cuarta generación dedicada al cultivo del café. Al cuidado de la finca me dedico desde que mi padre murió. Tenía catorce años, hace ya diecisiete. La finca siempre ahí, en la vereda La Cristalina. Veintidós hectáreas, que son treinta y dos cuadras y que cuentan doscientos cincuenta mil palos de café.
Recuerdo mucho cuando hace diez años se juntaron dos males que casi acaban con nuestro café. El precio internacional bajó, nuestros cafetales estaban envejecidos y su factor de producción era muy limitado. Nos tocó guardar el café, ajustarnos el botón del pantalón y esperar. Vivía con mi mujer y mis dos hijos pequeños. Aguantamos. Tres años más tarde conocimos el mundo de los cafés especiales. ¿Puede renacer una finca cafetera después de cuatro generaciones?
Yo diría que sí. Variedades y varietales. Caturro, Castillo, Colombia, Suprema, Geisha, Bourbon rojo, amarillo. Los precios subían, la utilidad también. La vida iba mejor. Se puede vivir del café. Eso sí, la cultura y el estilo de vida, esa herencia que dejaron mi padre y mi abuelo y mi bisabuelo, se mantienen. Es la cultura que quiero que le quede a mis hijos.
Llegué entonces a la subasta, año 2016. Llevaba una carga de castillo. Mi mejor selección. Para que se haga una idea de cuánto pueden cambiar las cosas cuando se compran cafés especiales, una libra de castillo se vende, en promedio, a 1,2 dólares. Ese día me pagaron 6,5 dólares por esa misma libra. Teníamos un café con notas alicoradas que no producía nadie más. Los tiempos de guardar el grano y los tiempos de depender del precio que le impone al cafetero la bolsa de valores de Nueva York, quedaron atrás.
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Escrito por: Carlos Felipe Ospina Marulanda. Se entrevistó a Edwin en Marzo de 2018.#ComercioJusto #CaféEspecial #CafédeColombia #CaféBanna
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