Nos montamos a la camioneta. Ha sufrido. No fueron ni diez kilómetros, todos por una trocha por donde no mandan ni una chiva. Así son las vías por acá. Solo hay plata para arreglar las tres calles del casco urbano. Por allí transitamos ahora, buscando almuerzo. Mientras comemos Roberto cuenta que le pegó a los números de la lotería de la semana pasada con un billete de esta semana, por un momento creyó haber ganado. Mala suerte. Pagamos y nos vamos. La camioneta no tiene descanso. Ya se pasó la mañana de alto en alto: Alto Palmar, Alto Ceylán. Exhausta. Estas veredas de Viotá que están tan cerca pero que se hacen lejanas. Son siempre las vías. Ya son las tres de la tarde y ahora volvemos a San Gabriel. Son pocos kilómetros de recorrido pero más de una hora de viaje. Veo pasar los cafetales, incontables. ¿Cómo bajarán los campesinos esos bultos llenos de comida por entre las trochas inexistentes? Qué desastre. Y ni cansados se ven, eso asombra. Además la cosecha acaba de terminar; fueron semanas y semanas de recoger, cargar, transportar, vender barato y otra vez, siga. Recogemos aguacates en el camino, están maduros. Llegamos por fin a la finca, doña Ruth nos espera con un café, una sonrisa y una historia. Revisamos los precios internacionales del café en el único teléfono que aún tiene señal. El de Víctor, siempre. Por un momento se opaca la alegría. Bebo otro sorbo de la taza, seguimos. Vamos por entre el corazón cafetero de Cundinamarca.
Por Carlos Ospina
Tomado de https://www.cafetravesia.com/single-post/2017/07/03/el-corazon-cafetero
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