Consuelo viene de una familia cafetera. De generaciones, varias, tantas que su hijo, Rafael, es incapaz de recordar desde hace cuantas décadas se dedican al cultivo del café. Aunque no siempre fue como ahora. Antes, cuando la finca era otra, más pequeña, y siempre en Acevedo, al oriente del Huila, casi en la frontera con el Caquetá, sembraban café tradicional, convencional, como dice Rafael, estándar. Los procesos eran siempre los mismos, interesaba más la cantidad que la calidad.
Pero hace seis años, o siete, porque los tiempos entre cafetales son distintos, Consuelo decidió comprar una nueva finca. El dueño, que tuvo que vender e irse del municipio, les dejó árboles de Geisha sembrados. Al entregarles las llaves les contó que los cuidados debían ser distintos, les habló de nuevos métodos de recolección y de secado, de mayor inversión, tiempo, paciencia, y sobre todo de la bonificación en precio. Entre mejor fuera el café, más caro se los iban a pagar. Y el señor se fue y les dejó unos ocho mil árboles de Geisha que había traído desde Panamá.
Así empezaron su carrera en el mundo de la especialidad. Consuelo y sus dos hijos; tres, cuando el menor no está estudiando. La finca se llama El Jardín y se encuentra en la vereda La Argentina. 1800 metros sobre el nivel del mar; la última finca en lo alto de esa montaña, allá donde el agua baja pura, sin contaminación, así lavan el café.
Y consiguieron compradores, comercializadores. La finca iba creciendo, los procesos mejorando. Sin embargo, dice Rafael, quisieran un día tener un gran comprador que se lleve todo el café de forma directa; un negocio que termine de justificar todo el trabajo que hay detrás de cada taza de café. Por lo pronto, renuevan cafetales enamorados del Geisha y sacan, cada vez, mejores frutos, como estos que usted, querido Bannatico, querida Bannatica, disfruta ahora frente la historia de Consuelo Ramírez y su café de Acevedo, Huila.
Historia por: Carlos Ospina Marulanda.
Fotos por: Consuelo Ramírez
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