Es una historia bien bonita. Como a una hora de camino de la casa, abajo, lejos, cerca al río, sembré los primeros cien arbolitos de café. Tenía nueve años. Después comencé a cogerlo y ya a los quince a sembrar en serio. Le cuento, mi papá me dejó un tajo de tierra y comencé a cultivar. Fríjol, maíz, arveja, tomate, lulo. Doce años de Lulo. Todo en medio del café tradicional. Y así fui adquiriendo lotes, comprando, vendiendo, cultivando.
Hace como dieciocho años compré una finca que se llamaba Villa de Tulia. Quedaba en la misma vereda que la de mi papá, Primavera. Luego, con el tiempo, adquirí un lote vecino y luego juntamos todo y se quedó llamando así: Villa de Tulia, aquí en Acevedo, Huila.
Después de mucho tiempo con cafés tradicionales comenzamos, hace unos años, a sacar café especial. Ha sido un proceso de renovación de la finca, de cambiar lo que no era buen negocio por varietales exóticos. Ahora puedo decir que tenemos veinte variedades distintas en unas veinte hectáreas, aunque algunos lotes todavía no han comenzado a producir.
Pero lo más bonito es que hemos formado una empresa familiar. Trabajo con tres de mis cuatro hijos, los que ya son mayores de edad, y con mi esposa. El mayor, que vivió nueve años en Bogotá, se devolvió para la finca por la pandemia y aquí estamos trabajando juntos. Y ahora tenemos el sueño de que la finca se vuelva turística porque, entre cafetales, guaduales y una hectárea de montaña, es hermosa.
Historia por: Carlos Ospina Marulanda.
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