Cuando compré esta finca, Santa Rita, a ocho kilómetros de Barichara hace quince años, jamás se me había pasado por la cabeza dedicar mi vida al café. Soy de Boyacá, viví en Cundinamarca y también en el exterior y sin embargo aquí encontré mi pasión. Porque el café es un modo de vivir, pero sobre todo una pasión. Y la inquietud es infinita.
La gente que conoce Barichara se sorprende. ¿Café en Barichara?, me preguntan. Porque claro, estamos más cerca de lo desértico que de lo frondoso. Y justo en ese límite, a 1450 metros sobre el nivel del mar, entre el desierto y el bosque seco tropical, cultivamos nuestro café. Encontramos el equilibrio entre el cuidado del bosque y el cultivo, que conviven en una relación simbiótica; además, cuidan las aguas, las aves, en fin, el ecosistema.
Las primeras matas eran de típica, pero la Federación me aconsejó tumbarlas y sembrar variedad Colombia. Aunque nos ha ido muy bien, hoy me pregunto qué hubiera pasado si hubiéramos dejado algunos árboles de típica para experimentar. En últimas, de eso se trata, a veces se comenten errores y hay que aprender y mejorar.
Ahora trabajamos con la comunidad. Desarrollamos los cafés conjuntamente. Yo aprendí mucho de los vecinos cuando llegué, porque mi conocimiento era nulo: aprendí de su relación con el café, con el ecosistema, de sus manejos, de sus procesos. Es la única manera en la que podremos llegar lejos.
Es que me imagino, en un futuro no muy lejano, un laboratorio, aquí en la vereda, en el que los jóvenes se formen como tostadores, catadores o baristas, y que de ahí parta el desarrollo de nuestros cafés. Por ahora tenemos la marca comunitaria. Y estamos resembrando la finca, seguiremos con la variedad Colombia e incluiremos Bourbon, experimentaremos con distintos procesos y microlotes y seguiremos viviendo, día a día, la pasión del café.
Autor: Carlos Ospina Marulanda
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