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En la voz de Jorge Elías Rojas


Estaba muy pequeño cuando mataron a mi papá. Mi hermano me cuenta la historia porque yo casi no me acuerdo: lo que recuerdo o lo que me dijeron es que mi papá había ayudado a un tipo que se había metido con los que cultivaban amapola y que por eso lo amenazaron. Mi mamá le decía que se fueran, pero él era terco: de la finca me sacan con las patas para adelante, dijo, y así fue.


Mi mamá se quedó sola con nosotros y la finca se empezó a venir abajo. Nadie la trabajaba. Ella se volvió a casar y ese señor la terminó de quebrar. Apenas sembró unos palos de café por los que, mucho después de dejar a mi mamá, todavía nos cobraba una renta. Por esa época cumplí trece años y ya podía trabajar. Me iba por todas las veredas de Planadas a jornalear y luego llegaba a meterle mano a nuestra finca cafetera. Empezamos tumbando la vieja casa y levantamos una en bareque, muy bonita. Un vecino, el loco Montoya, me enseñó a trabajar el café de verdad. Vendíamos el café mojado porque no teníamos ni donde secarlo.


Planadas era un municipio muy atrasado. La energía eléctrica la instalaron apenas entre 2008 y 2009. No teníamos vías: para ir hasta Armenia, un trayecto que hoy se hace en dos horas, nos demorábamos casi ocho. Caminaba hasta cinco horas para llegar a mis partidos de microfútbol en otras veredas, pero eso era los fines de semana. Y en 2012 nos cayó la roya y acabó con todas las matas de caturra.


Luego vinieron las vacas gordas. Ya me había casado con Viviana, aunque toda su familia estuviera en contra de lo nuestro. Sería por la edad, aunque ese es otro tema. La familia la mandó a Villavicencio a estudiar. Apenas regresó nos casamos. Con la crisis empezó a sonar fuerte el tema de las asociaciones de caficultores. Eso fue entre 2013 y 2014. Empezamos a secar el café en la finca con una marquesina que se ganó mi mamá. Fue con ese primer café seco que entré a ASOPEP (Asociación de Productores Ecológicos de Planadas). Ahí arrancó otra historia.



Yo debía la plata de la afiliación y estaba en rojo cuando me dijeron que había quedado seleccionado para un beneficio de cinco millones, pero que debía cederlo por las deudas. Al día siguiente me puse al día y ahí comenzó el camino de los cafés especiales. Aprendí de microlotes y secados especiales, de certificaciones orgánicas, de fermentaciones, de nuevos procesos y tecnologías, construí el beneficiadero tecnificado (recordando la marquesina de mi mamá a la que le metían las gallinas) y hasta jugué un partido de fútbol con los indígenas Nasa. No tiene nada que ver, pero nos ganaron diez a cero.


En 2018 nos ganamos con Viviana un viaje al eje cafetero por estar entre los productores más destacados de la asociación. Llevamos siete años viviendo juntos, nuestro hijo ya tiene seis. Desde los trece estoy levantando esta finca que se llama El Jardín y que queda en la vereda La Armenia del municipio de Planadas a 1850 metros sobre el nivel del mar. Y esta historia no es más que una invitación para que conozcan estos cafés especiales que se caracterizan por sus sabores a frutos rojos, panela, dulce de moras silvestres, canela y dulzor a caramelo.



Escritor: Carlos Ospina

Fotos: Jorge Elías Rojas


 

Jorge Elías nos trae un café con notas a mango, azúcar morena, cremoso y con una acidez jugosa. Su aroma a pimienta y canela dulce hacen de este café toda una travesía.


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