El café. Podría hablarle de mi café, pero no. Mejor le hablo de la historia del café en El Líbano. O de una historia de café en este rincón del departamento del Tolima, a 195 kilómetros de Bogotá y que es la puerta de entrada al parque de los nevados. Pararse en el mirador de la Polca en una mañana despejada, es entender su belleza.
En las primeras décadas del siglo pasado El Líbano era el tercer municipio productor de café del país. Lo que aquí se veía era el progreso de un pueblo libre. No liberal, libre. Seis trilladoras de café, cuatro fundiciones, cuatro trilladores de maíz y hasta una fábrica de chocolates. Todo esto metido entre la selva, al pie de los nevados. Tal vez fue así porque a esta población no la fundaron ni españoles, ni religiosos conquistadores. Aquí llegaron aventureros antioqueños. Arrieros y fundadores. Conectando poblaciones a lomo de mula.
Pero lo importante era el café. Se exportaba mucho. Alemanes y estadounidenses recorrían las veredas cafeteras haciendo negocios y llevándose los mejores granos. A cambió, traían los últimos libros y revistas europeas que no alcanzaban a pasar por Bogotá. El Líbano llegó a tener su propia imprenta, sus propias revistas. Había un pensamiento libre y anticlerical. No por nada al Monseñor aquí se le dice Monchi, de cariño, claro. Y en plena época de la Revolución Rusa, esas ideas no tardaron en llegar, mucho menos en calar dentro de un pueblo que era casi todo campesino y casi todo descontento. Esto lo trajo el café.
Resulta que con la crisis mundial, la depresión como dicen, los precios del café bajaron terriblemente y a los europeos y estadounidenses no se les volvió a ver por acá. La economía del pueblo se cayó. Para 1929 el Partido Socialista colombiano planeó una toma de las principales ciudades y El Líbano no sería la excepción –menos siendo un pueblo en donde esas eran las ideas del diario: casamientos y bautizos socialistas se llegaron a ver. Llegó el día y trescientos campesinos, caficultores muchos, bajaron de las veredas para tomarse el pueblo. La policía los estaba esperando, aun así lograron tomarse el poder durante un día, pensando que así ocurría en el resto del país. No fue así. La toma se había cancelado y el telegrama con el anuncio nunca llegó. Al siguiente día las tropas del Ejército retomaron el control y los líderes de la revuelta fueron encarcelados y torturados.
Es aquí, en El Líbano, donde ahora tengo mi finca: San Luís. Finca cafetera. La producción se la vendo también a un alemán. Pero este es un alemán que vive en Medellín y que paga lo que debe ser. Y por la historia, claro. Comercio justo, dice.
Omar es uno de los caficultores que ahora trabaja junto a nosostros, creando los mejores perfiles del café de Colombia.
Escrito por: Carlos Felipe Ospina Marulanda
Fotos: Ana María Gomez Sanabria
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