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En la voz de Sebastián Ramírez

Llegué hasta séptimo semestre de Derecho cuando me tocó dedicarme a cuidar la finca de mi papá. Crecí en el Quindío, la finca queda en la vereda Buenos Aires de Calarcá. Yo hago parte de la cuarta generación de caficultores de esta familia y no, en Colombia no se puede vivir del café. Es muy jodido.


Hace seis años, por esas vueltas que da la vida, las que no se explica ni usted ni me explico yo, tomé las riendas de esta casa. Me puse a trabajar fuertemente. Teníamos cuarenta cuadras en la finca, un montón de café y más de setenta trabajadores. No nos daba. No alcanzaba.


Escuché algo sobre café especial en Armenia. Un día llegué a Alma Café y ahí conocí a un instructor del SENA que hablaba de catación. Hace seis años, sí. Así conocí este mundo. Aprendí, me instruí y a punta de amor y perseverancia le estamos dando vuelta a la tuerca. ¡Pero sí que estaba apretada!


Secando y seleccionando café

Le dediqué mi vida al café: una decisión personal que me impuso la vida y que con el tiempo se transformó en mi mayor alegría. Le cuento lo que hicimos. La mitad de la finca la pusimos en renta. En otra parte metimos cafés especiales de distintas variedades. Por ahí tenemos también banano y plátano. Y claro, hay otro café que se lo vendemos al comercio local.


Pero lo más bonito de todo lo vinimos a descubrir –o se nos vino a ocurrir– hace un año. Teníamos una casa enorme de trescientos cincuenta años, con infinitud de cuartos vacíos. En ese futuro incierto, plagado de especulación financiera alrededor de un producto del que vivimos tantos, dimos un paso hacia delante. Era no solo dedicarnos a producir, sino montar una experiencia completa para el consumidor. De la semilla a la taza. Adecuamos todo. En la casa funciona ahora un hostal y a los turistas, por un par de horas, los hacemos descubrir nuestra realidad.


Y así las cosas han ido cambiando. Lo más gratificante es la sonrisa de ese extranjero que valora nuestro trabajo, tanto como un buen patacón. Me dicen que usted se está tomando el café de esta finca; ahora la sonrisa es mía.



Conversando de café
Sebastián Ramirez y Alejandro Ospina



Escrito por: Carlos Felipe Ospina Marulanda

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